Friday, July 9, 2010

La Siguanaba

Ensayo extraído del libro “Martes Gris”

Capitulo XX   La Sihuanaba



Finalmente entre tanta soledad, pude ver una silueta moverse allá a lo lejos de la obscura avenida, caminaba lentamente, en silencio, como un fantasma, por su contorno pude distinguir que era una mujer, delgada, alta, con un vestido largo y blanco, a pesar de la lejanía entre ella y nosotros, podía notar como el frió aire de la noche ondeaba dócilmente sus ropas y prolongado cabello, apresuré mis pasos para acercarme mas a la mujer porque aunque su presencia era sombría y extraña, por lo menos había alguien mas en aquella solitaria y obscura noche.

Sin decir palabras, insistí en apurar el paso jalándole la mano a mi abuelita para alcanzar aquella mujer que con todo y su paso lento, se alejaba de nosotros, pero mi abuela me apretaba la mano para controlar mi obstinación, después de un par de intentos fallidos, entendí en quedarme tranquilo, no dije nada, continuamos caminando por aquellas calles humedecidas por la llovizna, calles que por algún motivo extraño, me parecían esta noche insólitamente anchas y obscuras.

Me acordé de la luz que se veía en la ventanita de la torre de la iglesia que habíamos dejado atrás, volví a ver y busque la torre sobre casas y edificios, al encontrarla; ya la torre lucia obscura también, me entristeció ver que la luz en la pequeña ventana de la torre se había apagado.

Volví a ver al frente, ya casi llegábamos a la esquina donde estaba la mujer, indague entre la neblina que se volvía mas y mas densa, pero la mujer ya no estaba ahí, a parte de mi abuela y yo, las únicas señales de vida que quedaban en aquel martes gris se desvanecían lentamente mientras avanzaba la tarde, el silencio que acompañaba la neblina era penetrante, aun los perros que anteriormente se escuchaban en la distancia, ya no ladraban.

La llovizna intensificaba, aunque mi abuela trataba de protegerme con su paraguas, algunas gotas del frío liquido caían en mis ojos empujadas por el viento y por momentos me cegaban y mientras luchaba para no perder la visión quitándome la lluvia de los ojos, no podía evitar acordarme de la leyenda de una mujer fantasma que mi abuelo Don Bernabé Pineda una vez le contó a mi abuela.

Aquel extraño día que mi abuelo volvió a casa


En aquellas noches de tormenta, era costumbre de mis hermanos y yo sentarnos en el piso de la sala mientras mi Mamá nos narraba historias de fantasmas o misterio y a pesar de que a veces nos daba mucho miedo sobre todo a la hora de ir a la cama, no dejaba de ser divertido, es una emoción similar a la de subirse a una montaña rusa o “las ruedas” como les decíamos a los juegos mecánicos; uno sabe que la experiencia será aterradora sin embargo al final el susto provocado por la adrenalina del evento es muy divertido, casi con ese mismo afán; siempre esperábamos la noche de los cuentos de misterio.

Pero me acuerdo de aquella noche, la vez que mi Mamá nos narró una historia que le ocurrió a su Papá; mi abuelo, hace muchísimos años cuando él era joven, esta historia la contó mi abuelo a mi abuela, mi abuela a mi Mamá y ella a mi, y yo aquí la escribo para ustedes.


La Sihuanaba.

Mi abuelo; Don Bernabé Pineda, en sus años mozos, se dedicaba al comercio de textiles, compraba y vendía entre pueblos y países, viajaba por solitarios caminos por todo El Salvador, de Nicaragua a Honduras, desde México, Guatemala a Costa Rica, negociaba con finos textiles que producían estos países, y viajaba, viajaba mucho, por todo tipo de caminos y pueblos, pero, resaltaba mi Mamá, solo viajaba de día, porque aunque en la ciudades la utilización de la luz eléctrica ya era común, en pequeños pueblos todavía era muy limitado su uso y eso hacía el viajar por la noche muy peligroso.

Pero con todo y todo, nos cuenta mi Mamá que él siempre regresaba feliz de sus largos viajes, feliz de ver de nuevo a la Victoria; su esposa, en este caso: mi abuelita y claro a todos los cipotes, entre ellos mi madre o la Marina como la llama la familia.

Sin embrago, nos contó mi Mamá que uno de los viajes fue diferente; y me acuerdo muy bien de esto porque aun después de tantos años, al comenzar a narrar esta historia; mi madre pausó por un momento y vi en sus ojos aquel impacto que se le había transmitido a ella al conocer la historia que ahora voy a narrarle a ustedes.

Antes de nada, debo decirles que Don Bernabé Pineda, era un hombre práctico y objetivo, como católico que era entre las pocas autoridades que aceptaba eran la de Dios y uno que otro policía, decía que uno de los errores más grandes era “Creer ciegamente en la sensatez de cualquier mortal”, ya que cada uno de nosotros ve el mundo a su manera, digo esto para enfatizar que mi abuelo no era un hombre ingenuo, que no creía cualquier cuento, por eso; la historia siguiente, como repito; aun después de tantos anos, también provoca cierta inquietud en mi.

Fue un día en la que mi abuelo había regresado una tarde de viernes a casa de uno de sus prolongados viajes, pero esta vez no era aquel hombre optimista y lleno de energía que la familia siempre esperaba, había llegado a casa sin la celebridad de costumbre, lucía abstraído, indiferente, sombrío, mostraba rasguños en sus brazos y cara, sus ropas rotas manchadas de sangre, también recuerda mi Mamá algo muy importante de esa ocasión: No haber escuchado el familiar galopeo de Jaraguá , el inseparable y querido caballo que acompañaba al abuelo como su propia sombra en todos sus viajes y peripecias, aquel galopeo tan esperado que anunciaba el regreso de Don Bernabé y volvía a los cipotes locos de alegría; no se había escuchado esa tarde de viernes.

Pero los cipotes no se dieron cuenta de la ausencia de Jaraguá, Don Bernabé ya estaba en casa y ese era motivo suficiente para gritar y saltar de felicidad y ver a su padre de nuevo, mi abuela lo abrazo feliz en medio del bullicio infantil, fue cuando mi abuela notó su terrible apariencia, lo frío de sus manos, lo turbado y distante en el, aun peor la sangre en sus ropas.

-¿Estas bien Bernabé?... ¿Bernabé?

Preguntó ella mientas tomaba su mano buscando en sus ojos el motivo de su condición, el abuelo no decía nada.

-¿Qué pasa Bernabé?

Insistió muy preocupada, casi implorándole; los cipotes callaron al escuchar el tono de angustia de la abuela, envolviendo la casa completa en silencio.

Mi abuelo seguía sin responder palabra alguna, después de un momento, la abuela tomó su mano y lo encaminó a la silla de la esquina, la que se encuentra al lado de la ventana que da al patio, su silla preferida, donde acostumbraba a leer su periódico en aquellas eternas y quietas tardes de San Miguel.

Se detuvo al lado de la silla y después de un largo y pensativo momento, con una desconsolada calma, se sentó dejando caer su cuerpo sobre la silla como dando punto final a aquel espeluznante acontecimiento.

Mi Mamá, que aunque tenia diez años entonces, recordaba muy bien aquel día y de como al abuelo se le veía tan contrariado, mientras los demás cipotes luchaban por contener la alegría de ver a su Papá, mi abuela nos llamo y les pidió ir a jugar al patio, recuerda mi Mamá, ella fue la ultima en salir de la casa, pero antes volvió a ver y observó como mi abuela miraba a Don Bernabé en aquella esquina tenuemente iluminada por la luz del día que lograba entrar a través de la ventana, él yacía ahí, en silencio, a pesar de que mi abuela conocía muy bien a su esposo, esta vez no podía leer en sus ojos lo que lo apesadumbraba, aquel hombre era prácticamente un desconocido, sus ojos anclados en la nada, su cuerpo casi sin vida posado en aquella silla.

Después de unos momentos, mi abuela decidió no molestarlo mas y dejarlo solo, dio la vuelta y caminó envuelta en preocupación y sin entender el estado de ánimo de su esposo, lo dejo sin preguntar nada mas.

Fue muchos días después, que mi abuelo ya recuperado un poco, había sacado su silla al patio, quizás buscando un lugar con mas energía y luz, y no tardó mucho; al lado del pozo de agua que esta en el centro del mesón, encontró un espacio muy agradable, debajo de un frondoso árbol de mango, ubicó aquella silla tan cómoda en la que un sin numero de veces se había sentado con una sonrisa de oreja a oreja para disfrutar de la tranquilidad de las noches con mi abuela, curiosamente hoy lo hacía de día, quizás buscando olvidarse de las memorias de aquel nefasto suceso.

Debajo de la sombra del árbol, mi abuelo colocó la silla no sin antes asegurarse que tenia una vista abierta al brillante cielo, la tarde era fresca, las ramas del árbol de mango se movían acariciadas por la leve brisa, mi abuelo finalmente se sentó en aquella silla de madera que con tantos años de uso y la pintura añejada, parecía tener siglos de antigüedad, con todo eso, no dejaba de ser un de sus cosas preferidas, se la había fabricado mi tío Guillermo, el hermano de mi abuelo que es carpintero, que también vive en el mesón “Reina”, el había hecho la silla hacía unos quince años.

Mi abuelo le solía contar jubilosamente de las peripecias y aventuras que le ocurrían en sus viajes, ya que su oficio lo llevaba por los cuatro puntos cardinales, aunque las historias eran llenas de cuentos divertidos, a veces, decía el abuelo cambiando a un tono triste; Se sentía solo y melancólico, especialmente porque el trabajo lo mantenía alejado de la familia, también era pesado y tedioso ya que todavía se viajaba a caballo en la mayoría de los casos, por solitarios caminos, y aunque ya habían buses y automóviles, las carreteras entre pueblos pequeños no existían o no eran adecuados en aquellos años para transporte motorizado, pero aun así decía sonriendo nuevamente el abuelo, era bonito viajar por estos caminos, entre pueblos en coche o carreta jalada a caballos y conocer gente, sus costumbres, comidas, cruzar ríos, montañas y hermosos bosques.

Y fue aquella tarde que finalmente mi abuelo decidió contarle a mi abuela, la historia de lo que le había pasado en su ultimo viaje mientras caminaba de regreso a casa a través de las montanas de Hato Nuevo, un pequeño pueblo al norte de San Miguel.

Y viendo al cielo, guardó un minuto de silencio, mientras mi abuela estaba sentada a su lado, mi abuelo como en un trance hipnótico se inclinó hacia ella y con una voz muy baja y grave le dijo:

-Cuando viajes por el campo, en esos profundos bosques del interior, pase lo que pase, nunca… Nunca te arriesgues a pasar por la montañas de noche…

-¿Qué pasó Bernabé?

Preguntó con impaciencia mi abuela… Entonces el abuelo se reclinó lentamente de espaldas en la silla y viendo hacia el cielo respondió:

-Hace unos días pude haber jurado no creer y reírme de cuentos de fantasmas… Pero no mas… No mas…

Repitió suavemente, mientras guardó silencio de nuevo, quizás batallando por no recordar aquel acontecimiento del que solo se refirió un par de veces durante el resto de su vida, y fue la noche que vio a la Sihuanaba.

En Las Montañas de Hato NuevoLa noche es de Sihuahuet…




Después de un productivo día de negocios, Don Bernabé, mi abuelo se preparaba para salir de su corta estadía en Comacarán, un lindo y gentil pueblecito que queda al norte y en el camino de regreso a la ciudad de San Miguel, ciudad capital del departamento del mismo nombre, ubicado en el oriente de El Salvador, la ciudad-cuartel de su familia y negocios decía mi abuelo.

Mientras preparaba la carreta con la mercancía acompañado de su noble y fiel caballo Jaraguá, notó que el día estaba obscuro y que no solo amenazaba la lluvia pero el viento empezaba a incrementar enfriando la mañana, debatiendo en pensamientos si debía continuar el viaje o no, porque aunque Comacarán de San Miguel no esta lejos y solo toma unas horas a caballo, jalando una carreta cargada de mercancía entre esos caminos es mucho mas tardado porque esta rodeado de montañas y terreno quebrado, esto era sin incluir la tormenta que se acercaba, pero el abuelo se acordó de haberle prometido a Victoria, su esposa, (Mi abuelita) de llegar ese mismo día, por eso decidió, a pesar que la brisa arreciaba mas, que todavía estaba temprano y podía llegar a San Miguel antes del anochecer y si empeorara la tormenta, pensó el abuelo, entre Comacarán y San Miguel estaba el pueblo de Hato Nuevo y podía quedarse a dormir allí, y sonriendo dijo a si mismo: “Una pequeña tormenta no va a detener a Bernabé Pineda”, y apresuro a preparar el coche y a Jaraguá para el camino.

Y tomó viaje, recuerda recorrer lomas y montanas en estrechos caminos donde duramente pasaba el coche jalado por Jaraguá, y entre mas avanzaba, el bosque se cerraba mas, lo mas extraño era que no veía a nadie; camino horas y horas sin ver un alma, a pesar de la belleza de aquel bosque; parecía un lugar olvidado por el mundo.

El viaje por la mañana fue sin novedades; decía el abuelo, a pesar de que fue un día nublado con mucho viento y relámpagos; no llovió durante la marcha, ya casi a las 4 de la tarde se separó el bosque del camino y apareció un pequeño caserío posado en un valle rodeado de frondosos cerros y montañas, nubes de lluvia circulaban lentamente sobre ellos, el poblado parecía haber estado ahí por siglos, encontramos un viejo rotulo de madera clavado a un poste, estaba inclinado amenazando a caerse, roído por los años anunciaba la llegada a Hato Nuevo, en aquel tiempo solo era un puñado de casas, la única calle empedrada pasaba por el medio de ellas, el pueblo estaba increíblemente solitario, quizás era la amenaza de tormenta porque no había nadie, el silbido del viento seguía arreciando, ya sentía una fina y fría llovizna en su cara, notó como la nubes de lluvia se retorcían en las montanas que rodeaban la villa, sus ojos volvieron al caserío y vio una luz al fondo de la calle, era la única señal de vida en Hato Nuevo, se encamino al lugar de donde venia la luz, al llegar al frente de la puerta escuchó conversaciones y risas que provenían del lugar, un rotulo que colgaba al lado de la ancha puerta del lugar decía: “Hospedaje Zacamil”.

El abuelo bajo del coche anhelando una taza de café para disipar el sueño y tomar un poco de calor, recuerda como con una caricia le dijo a Jaraguá que esperara allí.

Entró al comedor, y se detuvo en la puerta, observó alrededor, el lugar estaba iluminado con una luz tenue y amarillenta que envolvía el área y daba una impresión acogedora, por lo menos así creyó el abuelo comparando la gris y fría tarde allá afuera, de verdad el lugar daba la impresión de ser un refugio, aunque hasta el momento no sabia el abuelo de que.

Parecía que todos los hombres del pequeño pueblo se habían reunido en el comedor esta noche, sentados alrededor de mesas, hablaban y reían alegremente, Una señora noto la llegada del abuelo y amigablemente se dirigió al él.

-Pase adelante estimado señor, ¿que va comer esta noche?

Mi abuelo, saludo a la señora con una sonrisa y le dijo:

-No, no comida, pero si le agradecería si me da un café, por favor…

-Claro que si, pase adelante.

Respondió la señora, entonces caminó el abuelo hasta llegar a una mesa vacía, ubicada al fondo, donde la señora le llevo el café.

-Café de palo, el mejor café del país…

Dijo ella, mientras le servia el café…

-Muchas gracias.

Respondió el abuelo, mientras miraba alrededor, la señora lo observó unos segundos.

-Parece que a viajado mucho señor, ¿de verdad no tiene jambre? tenemos tortillas con carne asada y…

-Me encantaría, pero necesito llegar esta noche a San Miguel y no puedo perder mucho tiempo… Ya esta atardeciendo…

Dijo el abuelo, mientras la señora al escuchar los planes del abuelo, con preocupación le dijo.

-¿A San Miguel? Con la tormenta acercándose, no creo que pueda pasar las montañas… Le recomendaría que se quedara, tengo un cuarto disponible…

-Le agradezco, pero le prometí a mi esposa llegar esta tarde, se va a preocupar mucho si no llego…

Respondió el abuelo mientras los truenos arreciaban afuera agitando levemente el café dentro de la taza.

-No hay forma que pase las montanas esta noche, señor…

Mi abuelo no dejo de notar el tono de procuración en las palabras de la señora, después de un momento, el abuelo dijo.

-Me llamo Bernabé… Me puede llamar Bernabé…

-No hay forma que atraviese las montanas esta noche, Bernabé.

Respondió la señora con una leve sonrisa mientras servia café a otra persona en otra mesa, el abuelo añadió:

-Ya he viajado por estas montañas anteriormente, ya las conozco y no creo perderme…

Y, si era cierto que había pasado cerca de Hato Nuevo, recordó el abuelo, pero solo una vez y había sido con un grupo de viajeros.

-¡Margarita!, Me sirves unos frijolitos por favor….

Pidió alguien desde una mesa, interrumpiendo la conversación, la señora tomando su tiempo se alejo para atender la llamada.

El abuelo observó el lugar, el ambiente era agradable, amistoso, indudablemente los convidados eran del lugar, sin embargo parecía que estaban ahí reunidos por algo, o quizás los había reunido algo, porque el ambiente de ese pueblo estaba extraño, aun así, se sentía una hermandad entre ellos que solo se siente en situaciones como cuando pasa algo grave y la gente se reúne para darse apoyo, ¿Pero que? Todo parecía estar bien, pensaba el abuelo mientras estudiaba el lugar en silencio.

Algo mucho más insólito fue el hecho que a parte de la señora todos en el lugar eran hombres.

Volvió la vista hacia su mesa se asusto ver a la señora al lado con un platito y un pedazo de pan dulce.

-El café de palo sabe mucho mejor con una semita…

Dijo ella mientras sonreía.

-Gracias, muy amable…

-Como ya escucho, me llamo Margarita, Me puede llamar Margarita…

-Gracias, Margarita…

Respondió el abuelo tomando el pan dulce.

-¿Están celebrando alguna fiesta?

Pregunto el abuelo señalando a los presentes.

-No, no es nada, las noches son tan aburridas acá y este es el único lugar de reunión a parte de la iglesia…

El abuelo sonrió y poniendo la taza de café en la meza agregó.

-Ya es tarde, tengo que irme… El pan dulce esta sabroso… ¿Cuanto le debo señora Margarita?

-No es nada… Ya va a comenzar a llover, ¿De verdad piensa seguir el viaje a San Miguel esta noche?

Preguntó ella con un tono más preocupado, el abuelo un poco intrigado por la insistencia, después de una pausa le respondió.

-Si, si debo irme ya… creo que si me apuro, en un par de horas estaré a San Miguel…

El abuelo intentó levantarse pero la señora levanto su mano pidiéndole al abuelo a que esperara un momento... Y preguntó en voz alta al los reunidos:

-¿Alguien conoce el camino mas cerca de Hato Nuevo a San Miguel? El señor necesita llegar esta noche…

De repente, el bullicio del comedor enmudeció, recuerda el abuelo como se llenó de aprensión el ambiente del lugar, quizás el abuelo había roto algún código o ley de Hato Nuevo, pensó, por las expresiones de incredulidad de la gente, el silencio fue roto poco después por un hombre de edad.

-No intentara el caballero viajar a esta hora... ¿Verdad?

Pregunto al abuelo, mientras todos los ojos del lugar lo miraban sin parpadear.

-Si, necesito llegar esta noche…

Respondió, el lugar seguía silenciado, a esto su curiosidad crecía más y más.

Perdón por la pregunta, pero, ¿Hay algún problema, digo, en el camino?

Preguntó el abuelo, esperando recibir información de algún posible peligro que él desconocía, un río desbordado, un puente caído o quizás alguna banda de asaltantes o algo así, pero nadie decía nada, nadie.

De repente de entre el grupo de personas, respondió nerviosamente un joven de unos 18 años:

-No vaya… No vaya, la Sihuanaba no lo va a dejar pasar…

Al escuchar las palabras de aquel joven, el abuelo sonrió, ya había escuchado anteriormente la leyenda de niños como el decía, y no tomó en serio las palabras del muchacho:

-¿Perdón, dijo la Sihuanaba?

Dirigiéndose con una sonrisa incrédula al muchacho, nadie el comedor compartía la opinión del abuelo, el grupo de personas continuó en absoluto silencio, el abuelo agregó:

-Me he visto en un sin fin de peligros en esta vida, un fantasma no me va a detener ahora…

Diciendo eso, esperó que alguien comentara algo, pero no hubo disensión alguna, levantando de nuevo la taza tomó un poco más de café y sonriendo con una seguridad en si; dijo dirigiéndose a todos:

-Agradezco mucho su hospitalidad, muy buenas noches…

Nadie dijo nada, después de una pausa decidió salir dejando el comedor en completo silencio.

Pero al llegar a la puerta, se detuvo pensando que quizás había ofendido a los presentes con su incredulidad, dio la vuelta para pedir disculpas por el posible mal entendido, pero la gente había vuelto a sus cosas, y mejor decidió entonces no decir nada mas y salir del pueblo de una vez.




Al abrir la puerta una fría ráfaga de viento golpeo su pecho empujándolo adentro del comedor de nuevo, volvió a empujar la puerta para salir, ya estaba mas obscuro, extrañamente; no era porque estaba anocheciendo, sino por la negras nubes se aglutinaban mas y mas en el cielo.

Jaraguá estaba impaciente, quizás por tanto relámpago y truenos, el abuelo le dio unas palmaditas en el cuello para calmarlo.

-Tranquilo, tranquilo… Jaraguá…

Aseguró los cinchos que lo amarraban con la carreta y ya todo preparado, dirigió su vista al camino, las pocas casas del pueblo estaban unidas una seguida de la otra a cada lado del camino, de repente cesaban, la pequeña calle empedrada desaparecía metros después de las ultimas casas y se volvía una angosta calle de tierra que se internaba y desaparecía envuelto por el tupido bosque.

Vio su reloj, ya eran las 4 y 30 minutos, hizo cálculos y estimó que si era posible pasar las montanas en 2 horas, claro, si se apresuraba; sin esperar más se montó en el coche e incitó al caballo.

-Vamos Jaragua… Vamos…

Jaraguá titubeó un momento pero luchando contra su instinto obedeció a su amo y comenzó su reluctante galopeo hacia aquel obscuro bosque.

Mientras marchaba hacia la entrada del bosque la brisa incrementó en su contra a veces con ráfagas que hacían difícil el respirar, en el cielo, las negras nubes se torcían ferozmente entre relámpagos y truenos que sonaban como estallidos, recordaba el abuelo que la potencia del viento era como un poder, una influencia que por algún motivo lo quería detener pero que al momento no pudo comprender.

A pesar de su convicción, ante aquellos cielos amenazadores, el titubeo de Jaraguá y la extraña advertencia de la gente del comedor, vaciló entre apresurar el paso o quizás quedarse, y no por medio a un fantasma sino por la furia de la tormenta, en su dilema vio atrás y entre ramas y penumbras, Hato Nuevo casi había desparecido, sin darse cuenta ya había avanzado mucho y pensó que no valía la pena volverse, de todos modos solo eran dos horas de camino a San Miguel y aunque estaba obscuro para ser las 5 de la tarde, relativamente era temprano todavía y con suerte la tormenta se sosegaba durante el viaje.

Para animar la moral recordó como había sido un día muy bueno en los negocios durante su corta estancia en Comacarán y pensó hacer una parada de nuevo en la pequeña villa en su próximo viaje a Morazán que planeaba hacer pronto y talvez pasar por el aquel hospedaje de Hato Nuevo para terminar de comer su pan dulce y poner fin a la extraña conversación que no pudo consumar debido a su limitado tiempo.

Y así, con esos pensamientos se hacía más fácil la travesía, poner su mente entre las buenas remembranzas del día y la esperada hora de llegar San Miguel, era mejor que razonar o tratar de concebir el sombrío el presente.

Avanzó unos kilómetros entre las solitarias montañas, poco a poco se apagaron las migajas de luz que hubieron este día, insólitamente también los sonidos de la naturaleza que daban un sentimiento de normalidad al bosque, se fueron desvaneciendo poco a poco, esporádicamente se escuchaba el apesadumbrado canto de un grillo entre el crepúsculo y las negras sombras del bosque que se cerraba mas y mas.

Sin aviso; se desplomó la noche rodeándolos con una tenebrosidad impenetrable, tuvo que parar a prender las dos lámparas de gas kerosén que colgaban a cada fado de la carreta, recuerda el abuelo que la penumbra era tan densa que ni los cerillos querían prender, intentó uno, dos y nada, inexplicablemente parecían tener miedo, finalmente el tercero cerillo logró encender con una llama intermitente y retraída pero pudo prender una lámpara, ya con algo de iluminación buscó al contorno, no podía distinguir nada, se dirigió a prender la segunda lámpara, la luz que emitían las dos lámparas apenas se esparcía unos cuantos metros alrededor, debido a esto, aun si seguían el viaje el progreso del viaje iba a ser mínimo debido a la falta de visibilidad. Jaraguá continuaba muy inquieto.

Se acordó de la tormenta, ya no escuchaba los truenos, vio al cielo, ya no podía ver ni las nubes y relámpagos que lo amenazaban anteriormente, quizás eran las copas de los árboles que le bloqueaban la vista, por lo menos, la tormenta había aquietado, aparentemente.

De repente, comenzó a cantar un solitario y tímido grillo, aun así no dejaba de pensar lo extraordinario de la falta de vida y sonidos nocturnos de aquella floresta, mientras pensaba eso, Jaraguá relinchó abruptamente y de inmediato quedó completamente inmóvil, mudo y en posición de alerta, el abuelo conocía muy bien las reacciones de su caballo, sabia que era un aviso de algo, observó alrededor, no se escuchaba nada, nada, aun el canto del grillos había desparecido, el silencio era completo.

-¡Jaraguá!, ¿Que es Jaraguá?

Preguntó el abuelo en voz baja, el caballo seguía paralizado, sus orejas estaban erizadas estudiando su alrededor, el abuelo sabia que el instinto de Jaraguá era formidable y era mejor callar y observar el lenguaje corporal del caballo y las posibles señales de peligro.

Jaraguá buscó y buscó en la negrura del contorno, pero no podía ver ni escuchar nada, sin embargo la sensación de que algo siniestro estaba al acecho era poderosa, después de esperar un momento, el abuelo pensó que a lo mejor se trataba de algún animal, quizás un puma o algo similar, si era así lo mejor era moverse a quedarse esperando el ataque, y tiro de las riendas.

-¡Dale Jaraguá!... ¡Dale!

Incitó al caballo, este vaciló por un momento pero comenzó a caminar dando pasos intermitentes y se detenía a escuchar, así fueron, entre los dos; mi abuelo y Jaraguá vigilando el alrededor.

A duras avanzaron unos metros mas, Jaraguá titubeaba tanto que el abuelo tuvo que parar el coche, caminó con cautela hacia el frente a calmar a Jaraguá, decía el abuelo que uno trasmite sus sentimientos o estado de animo a otras personas y animales, por eso era importante en una mala situación mantener el la calma y control personal.

Pero esa vez al acercarse a Jaraguá, no pudo contener su sobresalto cuando vio los ojos del caballo completamente abiertos y llenos de pavor que buscaban y buscaban entre la oscuridad.

-¡Tranquilo!, ¡Tranquilo!...

Trató de calmar al caballo, no comprendía el abuelo que podía tener espantado tanto a Jaraguá, el caballo había estado toda su vida a su lado y nunca lo había visto en ese estado de terror.

Solo Jaraguá veía o sentía algo o alguna presencia que mi abuelo no podía entender, mientras el abuelo lo acariciaba para tranquilizarlo aprovechaba para estudiar sus alrededores, pero nada, no podía ver nada, y el caballo no se tranquilizaba.

Decidió comenzar la marcha de nuevo, caminó de regreso al coche, y recuerda el abuelo como Jaraguá lo seguía, como un niñito espantado y no lo dejada subir a la carreta, el caballo no se quería separar de el.

-¿Que pasa Jaraguá?… ¿Que pasa?

Le preguntaba muy consternado el abuelo a su querido caballo, el animal gemía en espanto.

-Ya, tranquilo Jaraguá, tranquilo… Ya…

Con piedad hacia el caballo, el abuelo tomó una de las lámparas del coche y decidió caminar juntos por la obscura vereda, solo así fue que lograron comenzar la marcha.

Casi media hora mas tarde, llegaron a una curva en el camino y escucharon a lo lejos el leve sonido de agua correr, el sonido venia al lado derecho del camino, enfoco sus ojos hacia el área de donde venia el sonido, pudo distinguir entre árboles y arbustos un arroyo, finalmente, pensó; pudo ver algo de normalidad en aquella oscuridad, se alegró tanto que pensó en establecerse por la noche al lado del riachuelo y aunque todavía faltaba la mayor parte del viaje, no valía la pena exponer a Jaraguá a un susto mayor, como todo buen conocedor de caballos, el abuelo tenia temor que al asustarse Jaraguá, este comenzara a correr aterrorizado sin parar y en esa oscuridad fácilmente chocaba con algo o se caía en un barranco.

-Nos quedamos aquí Jaraguá, ¿Qué te parece?

Jaraguá se notaba mas sosegado, el abuelo lo desató de la carreta para que descansara mejor, entonces procedió a subir al coche para preparar su cama entre la mercancía, mientras hacia esto Jaraguá relinchó en alarme de nuevo, el abuelo rápidamente tomó su daga y bajó de la carreta, el caballo estaba muy agitado.

-Quieto Jaraguá, quieto…

Y busco alrededor, y nada, el caballo relinchó otra vez y con más energía.

-¡Tranquilo!… ¡Tranquilo!…

Insistió el abuelo, y se dio cuenta que el caballo levantaba sus patas con dirección al arroyo, como señalando, el abuelo torno su vista y a lo lejos, para su asombro vio una mujer, ella se encontraba a unos diez metras mas allá del pequeño río.




Vestía un manto blanco largo, su cabellera era larga y fina, su cuerpo emitía una tenue luz blanca y a pesar de la distancia; miraba fijamente al abuelo sin mostrar ninguna emoción.

Y comenzó lentamente a avanzar hacia el, parecía levitar en el aire, a pesar de lo extraño de las circunstancias, el abuelo no sintió temor sino paz, una tranquilidad casi hipnótica, la belleza de aquella joven era majestuosa, “Al verle los ojos mi miedo se desvaneció”, relató el abuelo, era la mujer mas hermosa que había visto en toda su vida, parecía un ángel.

El Abuelo todavía estaba sobre la vereda, el arroyo se encontraba a unos veinte metros del camino, la joven; ya estando al lado del arroyo se detuvo y levantando sus manos hacia él, sonrió e hizo señales al abuelo con sus manos para que se acercara.

Todo temor había desaparecido, la única realidad que existía en ese momento era el mundo entre el abuelo y la joven, todo lo demás había dejado de existir, a pesar que su subconsciente lo hacia titubear momentáneamente, el poder de atracción de aquella mujer lo doblegó y hechizado, caminó a ella.

El abuelo se detuvo casi a la orilla del pequeño río, ella lo esperaba al otro lado del arroyo.

-Hola Bernabé…

Dijo la joven; “Nunca había escuchado que su nombre lo pronunciaran con tanta ternura”, decía el abuelo, la paz entre ellos era hipnotizarte, ella extendió sus manos de nuevo para que el se acercara mas.

El abuelo estaba completamente deslumbrado por aquella mujer y al intentar caminar sobre el agua para llegar a los brazos de la joven, algo llamó su atención, era el agua del río que saltaba en forma insólita, la curiosidad por saber que provocaba aquel fenómeno fue mas fuerte y así pudo quitar los ojos de la seductora mujer para investigar porqué motivo saltaba el agua del río, y para su sorpresa vio que no era nada sobrenatural, eran piedras… Piedras que no solo caían en el río sino en su espalda, y miró atrás, era Jaraguá que desesperado tratando de llamar la atención de su amo tiraba la piedras con sus patas y así reaccionó el abuelo, se dio cuenta de su situación, sin darse cuenta, él había bajado unos veinte metros a la rivera del río dejando el caballo allá en el camino.

Y vio como Jaraguá relinchaba lleno de terror, la tormenta había vuelto con sus fuertes vientos, relámpagos y truenos, era una feroz tempestad, árboles y ramas se agitaban violentamente, la carreta retrocedía empujada por las ráfagas de viento, la mercancía volaba a todos lados, Jaraguá relinchaba sin parar mirando al abuelo a los ojos como implorándole despertar de aquel encanto, el abuelo estaba estupefacto, apenas entendía lo que pasaba, quizás su vacilación en ese momento era el hecho de que él nunca creyó en fantasmas o apariciones y por eso mismo, la curiosidad de saber quien era esa mujer, no le permitía tener terror a ella o entender la situación que vivía.

Y volvió sus ojos a la mujer, la tempestad inmediatamente se desvaneció, envolviendo de nuevo a él y la mujer en una tranquilidad imperiosa, ella le volvió a sonreir mientras su mirada penetrante lo sucumbía más y mas, pero el abuelo luchando con toda su fuerza dio un paso atrás.




-Vení Bernabé, vení…

Insistió ella con una voz angelical, suave y sacra bondad, al contrario su sonrisa era seductiva, frívolamente seductiva.

“Entre miles de pensamientos que cruzaban por mi mente”, continuó narrando el abuelo; “Uno de ellos era que quizás esa joven era alguna muchacha que me conocía, si, quizás era eso, porque de espectro o de fantasma aquella mujer no tenia nada.”

Sin embargo, me sorprendía mucho el hecho que una joven tan bella estuviera sola en medio de aquella inmensa oscuridad, su actitud era confiada, fría y controlada.

-Hola Bernabé…

Dijo mostrando gran afecto, como si me conociera de tiempo.

-¿Quien es usted?

Con una voz quebrantada le pregunté.

-Te estaba esperando.

Le respondió la mujer, que extrañamente no pasaba del otro lado del arroyo, como si el agua se lo impidiese.

-¿Quien es usted?

Insistí.

-¿No sabes, Bernabé?

La sonrisa desapareció sutilmente en la joven.

-No, perdóneme, no se…

Respondió el abuelo con un poco de desconfianza o quizás valentía.

-¿No te acuerdas?

La mujer ya no sonreía, y su voz se había vuelto un poco mas grave, el abuelo de reojo vio como la tormenta lentamente volvía en vida comenzaba a rodearlos, miró atrás hacia el coche y vio como la tempestad azotaba a todo poder, los sonidos del viento y truenos eran ensordecedores, árboles se movían de un lado a otro como queriendo arrancar sus raíces para huir, Jaraguá relinchaba en terror, en uno de sus saltos chocó con la carreta, una de las lámparas cayo al suelo y se apagó, Jaraguá despavorido entre truenos y relámpagos no pudo mas y huyó a todo galope, sin ver atrás.

-¡Jaraguá! ¡Jaraguá!

Gritaba desesperado el abuelo, mientras el caballo iluminado esporádicamente por relámpagos se perdía en aquella densa oscuridad, tornó sus ojos a la mujer de nuevo, esta vez, ya completamente despierto del hechizo, comprendió lo anormal de la situación, la mujer trataba de controlarlo con sus ojos, a esto la tempestad ya había tomado toda su fuerza alrededor de ellos, el abuelo evadía los ojos de la mujer, no quería caer de nuevo en el hechizo, pero no pudo evitarlo, su poder de seducción era muy fuerte, sus ojos se anclaron en los de ella, de repente, la tormenta se detuvo otra vez, el abuelo no podía hablar mas, quería gritar, pero su boca y su cuerpo estaban congelados.

Buscando fuerza en lo más profundo de su ser, el abuelo pudo quitar los ojos de aquella hipnotizante aparición y bajó la vista hacia las aguas del río y en la reflexión de el agua del arroyo vio la mas aterradora imagen de toda su vida; agregó el abuelo, era una mezcla de animal y humano, el blanco vestido que había visto anteriormente eran solo unos andrajos, estaba prácticamente desnuda, su piel era ruda y velluda como la de un cerdo, sus senos desecados y largos le colgaban hasta la cintura, su esquelético cuerpo daba la impresión de estar viendo una momia, en su demacrada cara resaltaba una boca muy grande con predominantes dientes caninos, apenas se le veían los ojos hundidos en la negrura de sus orbitas craneales, de aquel hermoso cabello nada mas quedaban vestigios.
La mujer al darse cuenta de lo que había visto el abuelo en la reflexión del agua, en furia emitió un alarido que enmudeció los truenos, vio como la Siguanaba se lanzó hacia él, mientras gemidos pavorosos emanaban de aquella bestia.




-¡Noooo!...

Recuerda el abuelo, que gritó en terror, y cayo de espalda mientras la Sihuanaba se abalanzada sobre él, entre sus gritos y el alarido del espanto en aquellos últimos momentos de su vida, una nube de polvo y piedras llovió sobre ellos, mi abuelo de espaldas en el suelo vio al disiparse la nube a Jaraguá relinchar y tirar sus patas delanteras contra el animal, su querido caballo había vuelto por su amo, el abuelo sin pensar mas, reunió todas sus fuerzas se levantó y aferrándose de la cabellera del cuello del caballo, Jaraguá inicio el galope, corrió y corrió, recuerda el abuelo como un rayo en aquella negrura acompañados de truenos y relámpagos, mientras el abuela iba con una pierna colgando y una arriba de caballo, Jaraguá corría y corría.

El abuelo no podía sentarse bien, la fuerza del movimiento y velocidad de Jaraguá se lo impedía, sentía que de deslizaba del caballo, entre su lucha por no caer, escucho el sonido como de un trueno, pero era un sonido diferente, se acercaba mas, y vio atrás, para su terror; eran los alaridos de la Sihuanaba que corría tras ellos, y se aceraba mas y mas.

La tempestad continuaba, el viento golpeaba su cara, con toda su fuerza, utilizando toda su fuerza finalmente logró sentarse bien sobre Jaraguá, y vio a las lados, los árboles parecían cobrar vida, los relámpagos los iluminaban revelando como se retorcían en pavor queriendo escapar, no quería ver, pero los rugidos seguían acercándose, “No se por donde corría Jaraguá”, recuerda el abuelo, y no importaba, siempre y cuando corriera hacia afuera de las montanas de Hato Nuevo.

Me agache para evitar el azote de las ramas mientras galopábamos entre los árboles del bosque, ya ni sabía si estábamos en el camino.

Con todo el esfuerzo que hizo Jaraguá por escapar, sentí los pasos de la Ciguanaba ya casi a mi lado, con la cabeza baja esperando el golpe final; aproveche unos momentos para pedirle a Dios por nosotros y mi familia, continuó contando el abuelo; Sentí un punzón muy agudo en la espalda, a pesar de que el dolor me partía en dos, ni siquiera gemí, sentí el calor del liquido que fluía de la espalda a mis piernas, tome fuerzas y apreté mi cuerpo a Jaraguá, en esa posición vi atrás, la Siguanaba estaba a pocos metros de nosotros y me atemorizó el hecho que corría detrás en cuatro patas, era un animal espantoso, pude leer en sus ojos una maldad inexplicable, mientras seguía emitiendo esos gemidos pavorosos que hacían que los pelos se me pararan, volví a ver al frente, aquella oscuridad era un vació negro, sin salida, mi querido caballo no podría aguantar mucho mas y seguro, pensé; este era nuestro fin, acaricié a Jaraguá, quizás por si no tenia tiempo de despedirme de el:

-Gracias Jaraguá…

Le dije mientras cerré los ojos, y… Y lloré: no por lo que parecía mi indudable y terrible muerte o la de Jaraguá sino por mi esposa y mis pequeños hijos:

-Adiós Victoria… Adiós…

Quise gritar pero solo salieron de mi boca débiles susurros y un par de lagrimas, en un intento de terminar de una vez con aquella terrible situacion, tomé fuerzas y me senté derecho sobre Jaraguá, esperando el golpe de aquel monstruo que estaba ya encima, me persigne y vi hacia delante esperando una muerte fulminante; una ráfaga me golpeo e inmediatamente se escucho un gran estruendo y de repente se abrió el bosque, los árboles tupidos, la maleza, el bosque quedo atrás, era campo abierto, pensé que ese campo era otro mundo, todo había acabado.

Sin embargo Jaraguá continuaba su veloz galopeo, con mis brazos todavía extendidos y sin tener que me sujetara, sentí mi cuerpo deslizarse del caballo, inmediatamente me agarre de nuevo del cuello de Jaraguá, para mayor sorpresa vi la tenue luz de la alborada a mi derecha, “¡No! ¡No estaba muerto! Pensé, mi pecho se lleno de energía y vi hacia atrás, a pesar que los relámpagos continuaban iluminando las montañas y aun se sentían las vibraciones de los truenos; aquel horroroso espectro ya no estaba ahí, había desaparecido, increíblemente Jaraguá y yo habíamos sobrevivido la noche y los siniestros caminos de las montañas de Hato Nuevo.

Y galopamos sin parar, lo mas lejos posible de aquel bosque, el azul púrpura matizaba el cielo con las esperanzas de un día mas, la vista era maravillosa; el sol emergía entre montañas derrotando sutilmente y sin piedad aquellas horribles tinieblas, sin detenernos, cabalgamos hasta encontrar la calzada principal que lleva a San Miguel, un poste de concreto decía: “Carretera Panamericana, Kilómetro 57”.

Aquí nos detuvimos a tomar un descanso, y vi allá a lo lejos, con dirección a San Miguel, en la lejanía, vi una luz al lado de la calle, le pedí a Jaraguá continuar a ella, en pocos momentos llegamos, era una casita, la luz era un candil que colgaba en la columna que corría horizontalmente al techo de la casa, una señora preparaba comida en la cocina de leña, al acercarme mas observé que era una tiendita, al lado de la casa había un extenso sembradío de maíz que rociado por los rayos del sol, brillaba con un verde esmeralda, al observar el área detenidamente pude reconocer el sitio, estábamos cerca del puente Urbina, el que pasa sobre el Río Grande, en este momento sentí el alivio que uno siente después de haber despertado de una horrible pesadilla y saber que todo fue solo una mala ilusión.

Me baje del caballo, me costó mantenerme de pie ya que todavía me temblaba el cuerpo, abrasé a Jaraguá con mucho agradecimiento y le dije: “Jaragua; hemos pasado por todo y de todo, menos por esto…”, mientras sus ojos de color almendra me miraban casi llorando, momentos después puso su cabeza sobre mi hombro, permanecimos así por varios minutos, después de un momento le dije:

-Esperarme aquí Jaragua, ahora regreso…

Le di un beso en la mejilla y di la vuelta y caminé hacia a la casita, que se encontraba a pocos pasos:

-Buenos días señora…

La señora me vio atónita, pero no dijo nada, yo sentía y estaba seguro que ella sabia por lo que habíamos pasado la noche anterior.

-Me regala un poco de agua, hemos caminado
Muchas horas y…

No me dejo terminar, señalando con sus manos un pozo que estaba al lado de la casa, con mi mano le indiqué mi agradecimiento y caminé hacia el pozo.

Deje caer el balde al fondo del pozo, este tenía atado un largo lazo rustico que sirve para jalar en balde lleno de agua del fondo del pozo, al tratar de jalar el lazo sentí un fuerte ardor las manos, me di cuenta que me sangraban, posiblemente por la fuerza que use para aferrarme de Jaraguá cuando huíamos de la Sihuanaba, mientras pensaba en eso sentí pasos detrás de mi, al darme vuela vi que era la señora:

-¿Esta bien señor?

Preguntó, se veía muy preocupada la señora, cuando le iba a responder, mis ojos se dirigieron hacia el área donde estaba Jaraguá, reposaba acostado en el suelo, su cabeza baja y de lado en una posición extraña que nunca había visto en el, la brisa movía su cabellera levemente, estaba completamente inerte, sentí algo terrible en mi, solté la cubeta y corrí hacia el, dejando a la señora hablando sola,

-¡Jaraguá!, ¡Jaraguá!...

Los pocos pasos que habían entre el pozo y Jaraguá se me hicieron eternos, al llegar al lado del caballo, la luz del sol iluminaba su cuerpo, sus ojos completamente abiertos, lucían serenos, indiferentes, me di cuenta que Jaraguá había muerto, la parte trasera de Jaraguá estaba bañada en sangre, atravesada de rasgaduras profundas, una de sus patas traseras estaba quebrada y colgaba de la piel nada mas, me hinque a su lado, le acaricie su frente, cerré sus ojos y sin poderlo controlar lloré, como cuando uno pierde a una persona muy querida, porque mas que un caballo, Jaraguá era mi hijo, su cara mostraba paz, ya no estaba atormentado.







Extracto del libro “Martes Gris” De Luis A. Portillo